Escribe: Juan Carlos Da Rocha
LA PAREJITA
Prontos para largar, nos movemos nerviosos
entre el tumulto de gente junto a nuestros compañeros “Supersónicos”.
La “marea”
nos “deposita” detrás de una parejita que conversa animadamente.
- Yo yo yo
estoy bien preparada, hice Pilates y
yoga en la semana. -¡No me para nadie!
-comentó ella en tono festivo.
-No se no se, yo tengo mis dudas. - Hace tres meses que entreno para esta carrera,
pesas, velocidad, cuestas, fondos de 20k, pero no se, me faltaron algunos
regenerativos -aclaró él un poco preocupado.
-¡No voy a
poder rendir al máximo!
-¿Y vos? –
me preguntaron al unísono girando sus cabezas al mismo tiempo al haber
percibido mi interés en la conversación
-¿Yo? Ando
volando, me preparé para andar adelante –les contesto sobradamente sin mirarlos
a los ojos y levantando la mirada.
-¿Adelante?
– otra vez preguntándome al unísono.
- Si,
adelante…- ¡Adelante de la ambulancia!, el año pasado la corría de atrás, los
enfermeros abrían la puerta trasera y tiraban miguitas de pan por las dudas, si
se me alejaban mucho capaz que me perdía.
- Bien
bien bien – contestaron con eco, seriamente.
El maestro
de ceremonia (Edgardo) seguía pronunciando su discurso previo a la largada.
-¡Que largo esto ché! – dijo él, ya enojado y
tomando agua de una de sus 5 botellitas amarradas en su cinturón. -¡Me enfrío! ¡No voy a poder rendir al
máximo!
-¡Que lindo discurso! –comentó ella casi
emocionada. -¡Esto es motivante!
- ¿Por qué
tantas botellitas? –le pregunto.
- Una tiene
agua sin gas, la otra con gas, esta café y la otra una bebida isotónica…
-¿Y la
quinta?
-Agua de
Querétaro- me susurra al oído asentando con la cabeza y agrandando los ojos.
Largamos y
doy las gracias a todos los santos de
las carreras que si no existen hay que inventarlos. En las volteretas de la
carrera pierdo a la parejita, la cual vuelvo a encontrar luego de la llegada,
separados.
-¿Cómo te
fue? –le pregunto a ella.
-¡Biiieeennn!
¡Tengo mi medalla! ¡Tengo mi medalla!
- ¿Cómo te
fue? –le pregunto a él al encontrarlo un poco más adelante.
- Y bajé mi
tiempo en dos minutos, pero si hubiera doblado las curvas mas cerradas, largado
más lento y apurado al final, me hubiera ido mejor. –Tengo que hacer ya
ejercicios regenerativos para encarar mi
entrenamiento para la próxima carrera y poder ¡rendir al máximo! – me cuenta
casi dándome cátedra.
-Bien bien
bien –le contesto seriamente.
- ¿Cuál es
tu nombre? –me pregunta.
- Máximo.
Era momento
de ir a festejar con mis compañeros de equipo el comienzo del campeonato y
“asaltar” alguna posada gastronomita.
Fuimos
hacia “El Rancho” o hacia “El Ombú” o rancho con ombú u ombú con rancho, a esa
altura ya no importaba, se debelara el año que vine. Lo cierto es que hay un
ombú, como el que había en lo de mis abuelos, al cual trepaba diariamente en
mis vacaciones escolares y donde también había un rancho (la casa de mis
abuelos) en el cual pasé momentos encantadores, vaya casualidad, igual que hoy.
Quien bien empieza, termina extrañando.
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